Dicen que Freud dice que cualquier artista (genérico intencionado) debe matar al padre para hacer algo en la vida, la artística incluida. También se dice que Cezánne creía que había que matar a un hombre para pintar una buena tela. Todo metafórico, claro, porque Louis Althusser excluído, que mató a su esposa, generalmente los artistas no llenamos las páginas de los sucesos macabros. Más bien, como en el poema de Oscar Wilde, matamos con una palabra, antes que con la espada.
Larga previa para el breve espacio que se me concede y que me honra, no obstante. Brevemente: hace tiempo que admiro a Lolita. ¿razones? Aparte que no se precisan razones para la admiración, alguien que, como ella, es capaz de cantar el bolero "Vete de mí" y no precipitar al oyente a la versión de Bola de Nieve, ya me merece todos los respetos. Hay más.
Lolita ha sabido, desde mi punto de vista, salir de su condición de jamón dulce del bocadillo de sus padres y ser una artista que bascula de forma impresionante entre la canción y la interpretación eutérpica, en un plano combinado en el que el aderezo (sus hermanos) también es notable. Por todo ello, ya me dispongo al Caminando con ella en el escenario. Soltaré, lo sé, una lágrima nada furtiva ante su "Ay Lola, Lolita, Lola", número uno entre los homenajes que una artista puede rendir a una madre que, por otra parte, podía ahogarla con su herencia artística (el padre también podía ser culpable de asfixia creativa, por cierto). Será, imagino, en el nombre de la madre y del suyo propio, para suerte de todos y todas. Íntimamente le lanzaré un "Sos única", como el que los argentinos lanzan a sus artistas más admirados en el Teatro Colón de Buenos Aires y no por ello dejaré de ser menos catalana que el padre de Lolita.
Marta Pessarrodona
Poeta y escritora catalana
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